Con algunos días de retraso aquí está la segunda parte de la última publicación. Espero sirva de reflexión sobre distintas situaciones de la vida.
Aquel 5 de noviembre transcurrió con la velocidad de los instantes alegres. En medio de juegos, baile, recreación, presentaciones culturales y muchas sonrisas llegó la hora del refrigerio donde pudimos disfrutar de una torta que podría no ser la mejor en materia culinaria, pero que contenía como ingrediente principal el amor incondicional de los padres presos hacía sus hijos.
Faltando poco menos de dos horas para culminar la dicha reinante de la visita, se encontraba muy triste un joven que siempre estuvo presto a cualquier tipo de colaboración, quien nos confesó momentos antes estar purgando más de veinte años como pena por la comisión de doble homicidio; la razón de su tristeza radicaba en que anhelaba aquel sábado compartir con su señora madre y su hija, sin embargo, se apagaban sus esperanzas ante la tardanza del arribo de sus dos queridas mujeres. La diatriba contra la madre de su pequeña por abandonarlo al caer en desgracia, se interrumpió cuando doblaron la esquina de la puerta una anciana de baja estatura y una niña disfrazada de mariposa. El resto de la tarde solo se vio a aquel hombre convertido de nuevo en niño corriendo tras la mariposa que no deseaba dejar escapar como ocurrió con su libertad.
Una vez culminada nuestra labor nos despedidos con gran cariño de los presentes.
Hoy, se han cumplido casi dos años luego de aquel día inolvidable. Rodeado de los libros determinadores de la fortuna o el infortunio (dependiendo el caso), observo a través de la ventana ubicada en el segundo piso de la biblioteca universitaria, las mismas garita del centinela, la estatua de la virgen María y la pared percudida que se observaban desde el interior del patio quinto. Me invade de inmediato un profundo sentimiento al percatarme de cuanto he podido realizar en este lapso de tiempo mientras tantas vidas han estado y seguirán estando confinadas a cuatro paredes.
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