Los días siguientes a la tragedia

Los rumbos de muchas vidas pueden cambiar inesperadamente en cuestión de segundos cuando la madre naturaleza despliega toda su fuerza, luego de esto, solo resta padecer las consecuencias. Consecuencias que pueden ser minimizadas en gran parte por la solidaridad de los hermanos en todo el mundo, pero, funestas en todo caso. Pedir clemencia al cielo sirve ya de poco.



Las tragedias alrededor del mundo -guardando las proporciones entre cada una de ellas- hacen actuar en los días siguientes a su ocurrencia de manera igual a los seres humanos que fueron sus víctimas. Ejemplo:

Lugar: Armenia, Quindío, Colombia.

Fecha: Lunes 25 de enero de 1999.

Fenómeno: Terremoto.

Víctimas fatales: Alrededor de 2.000.

Día primero: A la 1:19 p.m. se produjo el movimiento telúrico que duró pocos segundos. Casi podían verse las ondas en el suelo y el movimiento del cableado eléctrico era impresionante. Después de ello el llanto y la desesperación hacían pesado el ambiente, más denso el aire. Los edificios que albergaban a las autoridades de socorro colapsaron (bomberos, policía, defensa civil, medicina legal, entre otros). El transporte público no se prestó más lo cual hacía correr a las personas desesperadamente desde el destruído centro de la ciudad a la periferia en busca de noticias de sus seres queridos. Casas y edificaciones en el suelo, mucho polvo, olor metálico de la sangre, peticiones de socorro, solidaridad de algunos, indiferencia de otros. La réplica de las 5:40 p.m. causó muchas más muertes. La mayoría de la población pasó la noche al aire libre en carpas (cambuches) improvisadas.

Día segundo: Los servicios públicos fueron suspendidos. La falta de agua potable hacía desesperante el calor en el cuerpo, la sed también hacía su parte. Más réplicas, más miedo, más hambre, más muerte, más sangre, más incertidumbre, muchos periodistas, poca esperanza. Las nubes acumularon todo la evaporación producida en el día, el cielo se tornó muy oscuro a las 4:00 p.m., el ánimo igual. ¿Por qué a nosotros?. La lluvia no fue tan fuerte como se esperaba, en todo caso fue lluvia.

Día tercero: Aparecieron las primeras moscas en el aire. El crujir del estómago no da tregua siendo más certero que el crujir de la tierra inclusive. Ya no hay que perder: casas, hogares, parientes, amigos, sueños fulminados en un solo golpe. Lo que no nos ha dejado el destino forjar a través del trabajo lo conseguimos a la fuerza: una ciudad de víctimas se convirtió en una ciudad de bándalos. Los saqueos se generalizaron como la quema de la pólvora, los valores se quemaron con ellos. Solo importaba la propia supervivencia, la comida, y... bueno... además el computador para la oficina, los televisores, los equipos de sonido, neveras, lavadoras, el juego de vajillas, los artículos de lujo en medio de la miseria. Las autoridades fueron insuficientes para contener las turbas humanas, Armenia a punto de una guerra civil de origenes no políticos. ¡Vienen los saqueadores!, ¡Vienen los saqueadores!, era el grito general. Las mujeres calentando agua en sus cocinas a todo vapor, los buenos distinguidos con brazaletes rojos, los malos venían desde fuera del barrio, los vecinos hacian cadenas humanas con sus manos sudorosas, temblorosas, esperando el enfrentamiento. Disparos distantes hacían estremecer el cuerpo y pensar cosas horribles. La radio de las pilas inagotables publicaba la agresividad de los ciudadanos: ¡Estamos esperando esos hijueputas en el barrio La Esperanza. Que se atrevan a venir para que sepan lo que es bueno!. El que venga a robarme a mi casa, ¡lo mato!. Fue una noche en vela al calor de las fogatas.

Días siguientes: Con la llegada de la fuerza pública y las ayudas humanitarias arribó también la razón a las cabezas de las personas. Era el momento de iniciar una recuperación infinita, el momento de tratar de sanar una herida que nunca cicatriza. Era el momento de recuperar el tiempo perdido en la carrera bíblica de "creced y multiplicaos", tal vez para cumplir con la palabra, o tal vez, para aliviar con sexo las vicisitudes diarias con que la vida nos inunda y que llevan casi once años desde entonces.



Cualquier parecido con la tragedia haitiana no es coincidencia.

La situación de los hermanos caribeños está agravada por la dimensión de su tragedia y por su pobreza extrema, lo cual nos compromete solidariamente con ellos. EL MAYOR ESFUERZO QUE CADA UNO DE NOSOTROS PUEDA HACER ES POCO PARA CALMAR SU SITUACIÓN. ES EL MOMENTO DE HABLAR MENOS Y ACTUAR MÁS. EL MUNDO GLOBALIZADO ASÍ LO EXÍGE. Aunque pequeño, éste es mi granito de arena.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
es muy profundo, que bonita materialización de lo que fue...

lloré recordando esos acontecimientos...

todo al mejor estilo de una cónica literaria, que bien Samuel, estas creciendo pequeño salta charcos!!!!!
un beso, cuídate. jenni viviana rojas
Samgar ha dicho que…
Cuando uno lo vive puede contarlo así. Algún día terminaré de escribir un libro sobre aquello. Paso a paso. Un abrazo Jenni.