Fernando Garavito, homenaje póstumo.

Como suele suceder en la mayoría de los casos, la maestría de los maestros solo se reconoce coetánea con la muerte. Con mi primo -y no lo llamo "primo" movido por la intención de vanagloriarme con ello, ya que no puedo ser de manera alguna beneficiario de su mérito- Fernando Garavito, ocurrió igual. Así que hoy, unos algunos días después de sucedida su muerte y luego de darme cuenta de su genialidad a través de la lectura de sus escritos, quiero compartirlos con más personas, pues, me parecen de altísima calidad por su claridad, vehemencia e investigación en la denuncia y buen manejo del idioma.
Comparto entonces tres de ellos:



CIERTAS YERBAS DEL PANTANO.

Por: Fernando Garavito.

(Artículo publicado en la página de opinión de El Espectador, el 27 de agosto del año 2000)

Con bombos y platillos El Tiempo lanzó esta semana a Álvaro Uribe Vélez como su candidato presidencial. Cuatro columnas en primera página, foto desplegada con puño afirmativo y gesto intenso, preguntas concretas, respuestas ambiguas. El candidato anunció que va a asumir la defensa de los colombianos. Muy bien. Pero, ¿quién nos defenderá a los colombianos del candidato?

Su hoja de vida es más bien una hoja de muerte. Fue estudiante pobre del colegio Jorge Robledo, hijo de don Alberto Uribe Sierra, uno de esos personajes de los que está llena la historia de Antioquia, que le ponen la trampa al centavo y viven un poco de echar el cuento, de comprar al fiado, de captar dineros, de deber un poco aquí y un poco en la otra esquina. Pese a que don Alberto se convirtió en el corredor oficioso de finca raíz de ciertas yerbas del pantano y que era ostentoso como una catedral, con helicóptero y rejoneo incluidos, murió más pobre que el padre Casafús, quien fue tal vez el autor del milagro. Porque si no es un milagro, ¿cómo se explica que haya dejado esa inmensa y oportuna riqueza que sacó de problemas a sus tres vástagos, el candidato, el Carepapa y el Pecoso, que hasta el momento habían pasado las duras y las maduras para explicar la procedencia de algunos dinerillos?

Por ese entonces el candidato ya había salido del colegio y había olvidado a ciertas yerbas del pantano que fueron sus compañeros de curso, y que sólo volvieron a saber de él por los éxitos de su carrera política, por las frecuentes noticias del periódico, y por la fotografía que lucían los orgullosos propietarios de La Margarita del Ocho en su salón principal, donde aparecía rodeado por las más importantes ciertas yerbas del pantano, la cual desapareció misteriosamente sin que nadie haya vuelto a dar cuenta de su paradero. Al terminar su bachillerato, el candidato estudió Derecho en la Universidad de Antioquia y comenzó a sostener a los cuatro vientos que él "algún día" llegaría a ser presidente de la República. Y claro, va a serlo, como lo señala su meteórica carrera.

Primero, como representante de Guerra Serna, fue jefe de Bienes de las Empresas Públicas de Medellín, donde atropelló a todo aquel que no quiso vender sus tierras para el desarrollo hidroeléctrico El Peñol-Guatapé. Luego pasó sin pena ni gloria por la Secretaría General del Ministerio del Trabajo. Más adelante, en el gobierno de Turbay Ayala, fue director de Aeronáutica Civil. Allá logró el más acelerado desarrollo que haya tenido la industria aérea en Antioquia. El departamento se vio de pronto cruzado por múltiples pistas y por modernas aeronaves con sus papeles en regla. Durante ese período, fue socio de su director de Planeación, el notable empresario deportivo César Villegas, con quien importó las casas canadienses de madera que ahora lucen con tanto garbo su elegante perfil en las fincas de las más discretas ciertas yerbas del pantano. Pero salió de Aerocivil a raíz de un pequeño escándalo del cual dio cuenta pormenorizada el periódico que ahora apoya su candidatura, y se dedicó de lleno a la política.

Dejó a Guerra Serna con sus rifas de neveras y de electrodomésticos, y se hizo nombrar alcalde de Medellín en el gobierno del poeta Belisario. Allá aprendió a las mil maravillas el ceremonial que oculta la ineficiencia, pero salió sin consideración a sus méritos cuando visitó en el helicóptero oficial a ciertas yerbas del pantano. Después llegó al Congreso en compañía de su primo, Mario Uribe, electo ahora presidente del Senado sin siquiera una mención a su fervor religioso, que fue evidente a sus visitas al Señor Caído, en La Catedral, con credo incluido. Pero ese es un cuento que otro día les cuento.

El candidato fue también gobernador de Antioquia, donde se dedicó a convivir pacíficamente. Allá mostró su entusiasmo neoliberal, que hoy oculta con tanto cuidado: cerró la Secretaría de Obras, dejó cesantes a dieciséis mil empleados, privatizó las Empresas Departamentales de Antioquia, acabó con los hospitales regionales, e inició la privatización de la Empresa Antioqueña de Energía, antes de dilapidar el presupuesto en contratos de pavimentación que nunca logró terminar, y en la venta de futuros de la Empresa de Licores, todo lo cual contribuyó a dejar a Antioquia, que es inmensamente rica, en la ruina total.

Estuvo en Harvard, claro está (¿quién que es candidato no ha estado en Harvard?), donde jugó tenis con Andrés Pastrana mientras Juan Rodrigo Hurtado le hacía las tareas; compró hacienda en Córdoba (¿quién que es candidato no tiene hacienda en Córdoba?) donde quedó bajo la protección de ciertas yerbas del pantano; tuvo un almacén de alimentos y bebidas (¿quién que es candidato no ha tenido un almacén de alimentos y bebidas?) que se llamó "El gran banano"; y terminó por ser el candidato in pectore de los sectores más oscuros, peligrosos y reaccionarios del país. Los cuales, sobra decirlo, no son solamente Enrique Gómez y Pablo Victoria y compañía. También son, Dios nos ampare, las famosas y nunca bien elogiadas ciertas yerbas del pantano.


¡CÁLLENSE YA!

Por: Fernando Garavito



(Artículo publicado en la página de opinión de El Espectador, el 18 de agosto del año 2002)



Esta semana llegaron varias cartas a la Dirección de El Espectador pidiendo mi cabeza. Según esos lectores, el país vive una nueva etapa dentro de la cual un columnista como yo no tiene nada qué hacer. Para ellos soy un amargado, un negativo, un engendro, un despropósito. No sobra anotar que, con base en la suposición de que sus opiniones podrían llegar a ser publicadas, ninguno utilizó los gruesos adjetivos comenzados por hijue y terminados en uta que me endilgaron, seguramente ellos mismos, cuando señalé las curiosas relaciones de los nuevos príncipes con ciertas yerbas del pantano.



A la postre se vino a comprobar -como lo tenía yo comprobado-, que todo era cierto, pero, según parece, esa circunstancia importa poco y nada en un universo pragmático como el nuestro en el que lo único que vale la pena es echar bala. De ahí que reconozco haber perdido olímpicamente el tiempo en esa ocasión, como lo perdí cuando el 20 de mayo del año 2001, denuncié al apoderado del Consorcio Hispano Alemán, señor Londoño Hoyos, por el hecho de haber formulado una demanda arbitral en Panamá en contra del metro de Medellín en la que los colombianos perderemos 1.160 millones de dólares (¡mil ciento sesenta millones de dólares!) con base en una interpretación retorcida de la ley y en un desconocimiento abierto de las disposiciones de la Corte Constitucional.



Pero nada de eso les importa a los lectores de marras, como no tiene por qué importarles que a raíz de mi posición frente al conflicto yo haya tenido que abandonar al país y dejar al garete todo lo mío, sometiendo a mi familia a los azares infames de un exilio sin destino. No. Lo único que a ellos les interesa es que aquí se respira un nuevo clima, que frente a la inexistencia del gobierno anterior este tiene bien amarrados los pantalones, que los paramilitares van a entrar al diálogo político, que se va a remover al Congreso para que en lugar de los testaferros que ahora ocupan el 35 por ciento de los escaños, se pueda elegir al senador Carlos Castaño, al senador Salvatore Mancuso y a todos los demás honorables senadores y representantes, que nuestra pretendida juridicidad se va a ir al diablo, que el genocida del Palacio de Justicia ocupa ahora un alto cargo en la seguridad del Estado, que un individuo al que los Estados Unidos le retiró la visa hasta tanto no aclare su vinculación con el tráfico de precursores químicos con destino al procesamiento de cocaína es el reconocido inventor de nuevos organismos de espionaje, que los índices de desempleo de este pobre país se manejan a través de herramientas tan imbéciles como las de convertir a un millón de colombianos en chivatos e informantes, etcétera, etcétera.



Y para que nada perturbe la tranquilidad del reino, según los acuciosos amigos del Plinio y de los plinios, quienes no pensamos igual tenemos que callarnos. Pues no. No tenemos que callarnos. Y no lo haremos, porque el problema de este país no está en sus gobernantes ocasionales, que hoy son y mañana desaparecen, o en los prestigios mentirosos que hoy detentan y que mañana provocarán toda suerte de arrepentimientos, sino en una estructura inicua que permite mantener un statu quo miserable, hundido hasta el cuello en una hecatombe sin sentido, en el que el crimen sistemático se ha convertido en una norma de conducta.



Porque, si no es de esa manera, ¿quién explica el asesinato de Wilfredo Camargo, o el de Rodrigo Gamboa, o el de Roberto Rojas Pinzón, o el atentado contra Alonso Pamplona, o el secuestro de Gonzalo Ramírez, que se suman a los 93 asesinatos, once atentados, nueve desapariciones forzosas y nueve secuestros cometidos en lo que va del año 2002 contra un grupo de colombianos cuyo único delito es el de ser trabajadores sindicalizados?



El problema, repito, no es Uribe o Samper o Pastrana. El problema es Colombia. Y, que yo sepa, sobre los problemas de este país podemos opinar, mientras tanto, todos los colombianos. Ahora, si no es así, avísenme de inmediato. Porque, entre otras cosas, yo prefiero una y mil veces la literatura. Y la literatura me llama.




LA VIDA ES UNA FIESTA

Por: Fernando Garavito

5 de enero de 2003

Columna que debió ser publicada el 22 de diciembre del año 2002 en la página de opinión de El Espectador, que dio origen a la censura definitiva.

Nota previa.

Lamento informar a ustedes que El Espectador decidió prescindir de mi columna. Lo hizo a través de una llamada de su nuevo director, que recibí hoy lunes, 23 de diciembre, a las 2 de la tarde. Mi último artículo no fue publicado. Ante la posibilidad de que la medida del periódico obedezca al contenido de este último, me gustaría que usted llegara a sus propias conclusiones, por lo cual se lo remito en el archivo adjunto.

Entiendo que en Colombia la libertad de prensa está en peligro, mientras que, frente a la información, la libertad de empresa sigue haciendo de las suyas. No quiero que se piense en mí como en una víctima de la represión de los poderosos grupos económicos que hoy nos manejan, ni como un cordero sacrificado en el altar del unanimismo.

Soy, simplemente, una voz independiente que ha sido censurada.

Cordialmente,

Fernando Garavito.

LA VIDA ES UNA FIESTA

El 15 de octubre del año 2001 el representante Hernando Carvalho le dirigió a Luís Alberto Moreno, embajador de Colombia ante el gobierno de los Estados Unidos, una carta perentoria. En ella le decía que, según noticias publicadas en Miami, Bogotá y Quito, el congresista Ronald Andrade había presentado en el Ecuador una demanda penal contra los miembros del directorio del Banco del Pacífico en los años de 1998 y 1999, acusándolos de aprobar y presentar estados financieros falsos, ocultar a las autoridades la verdadera situación del Banco, y alterar en forma fraudulenta hechos de los cuales la Superintendencia del Ecuador debería estar informada. Carvalho sostuvo que, como presidente de ese directorio, Moreno tendría que responder ante las autoridades de dicho país y, eventualmente, ir a prisión, tal como había sucedido con el ministro de Economía, Jorge Emilio Gallardo, a quien la Corte le había dictado medida de aseguramiento consistente en prisión preventiva. El delito de Gallardo, en ese entonces presidente del Banco, consistía en haber aprobado un fideicomiso por 78 millones de dólares, a favor de los accionistas. Carvalho puso en evidencia al embajador. Usted - le dijo - "me respondió en tres oportunidades que los antiguos accionistas habían perdido toda su inversión, siendo así que el fideicomiso demuestra lo contrario". Ante la ausencia absoluta de una Cancillería, Carvalho le pidió la renuncia a Moreno. Este debió morirse de la risa.

Pero esta es sólo la tapa de esa olla podrida. A lo largo de la investigación se demostró que la intención del embajador había sido la de montar un emporio financiero con base en una empresa, la Westfear, de los Estados Unidos. Para ello contó con la complicidad de Luis Fernando Ramírez, ministro de Defensa de Andrés Pastrana, y de Jacky Bibliowicz, el cerebro de varias operaciones destinadas a enriquecer por debajo de cuerda al príncipe y a sus conmilitones. Dentro de ese propósito, Moreno, Ramírez y Bibliowicz, actuando en nombre propio y, posiblemente, como testaferros, lograron controlar el Banco del Pacífico en el Ecuador. En el año de 1998, cuando comienza la cadena de delitos, Bibliowicz fue miembro del directorio y Moreno presidente del mismo.

El Banco tenía una filial en Colombia. Moreno y Ramírez lograron entonces que la superintendente bancaria de Pastrana, Sara Ordóñez, ordenara fusionarla con el Banco Andino. Aquella no tenía liquidez alguna, lo que llevó a que fuera intervenida. Sin importarle para nada ese pormenor, la directora de Impuestos, Fanny Kertzman, en una acción típicamente antijurídica y culpable, permitió recaudar allí las contribuciones que hicieron en esa época millones de colombianos. Con la autorización entre el bolsillo, Moreno y Ramírez organizaron una campaña publicitaria en la que ofrecieron el oro y el moro a quien pagara en su entidad. Lograron recaudar 110 millones de dólares, con los que se dedicaron a conceder préstamos preferenciales a los socios de las compañías en que tenían intereses. El presidente de la junta directiva era el señor Fernando Londoño, quien debió cohonestar la totalidad de las maniobras. Todo lo cual terminó por desfalcar a los colombianos en una suma que puede calcularse en 35 o 36 millones de dólares. Dinero suyo. Dinero nuestro. Dinero mío.

Pero, como siempre ocurre, todos terminaron por lavarse las manos. El presidente de la Junta, señor Londoño, es hoy el poderoso ministro de la InJusticia. El señor Moreno fue ratificado como embajador de Colombia en los Estados Unidos, cargo desde el cual cuida juiciosamente el buen suceso de sus empresas. La señora Ordóñez fue premiada con un ministerio del que no sabía ni pío. Y la señora Kertzman fue nombrada embajadora de Pastrana en Canadá y ratificada por su excelencia.

Así, la vida es una fiesta. Pero no sobraría saber qué piensan de todo esto las cancillerías ante las cuales nuestros elegantes delincuentes de cuello blanco deben presentarse todos los días.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
que pena que estos articulos no los lean los colombianos, yo de casualidad los lei, y vemos que despues de 10 años las cosas van de mal en peor... y la gente todavia votando y creyendo en los mismos, sin atreverse a pensar y a averiguar quienes son en realidad nuestros gobernantes, pero aunque sean voces aisladas, hay que concientizar nuestra gente comenzando por nuestras familias y amigos, aunque en este pais si que cuesta! todavia creemos en brujas!
Humberto García ha dicho que…
Lástima que Personas de la talla de Fernando Garavito ya no vivan,que claridad en sus denuncias, después de tantos años, las cosas siguen igual,aunque cambien un poco los protagonistas.
Anónimo ha dicho que…
Ya había leído estas columnas, pero volví a ellas, gracias a que un columnista, quién lo creyera de El Espectador, el mismo que echó a Fernando Garavito, critica la falta de libertad de expresión del presidente Rafael Correa. Muchas gracias por dejar plasmado estas sí excelentes columnas de denuncia, que junto a Jaime Garzón fueron proféticas de lo que realmente ocurrió y sigue ocurriendo con todas esas "yerbas del pantano"