Biología, Derecho e hipoteca inversa.

El ciclo vital -nacer, crecer, reproducirse y morir- parecería transcurrir de manera sencilla en la vida no racional, como compleja en el caso de los seres humanos. Cita Borges a Séneca, atribuyéndole la idea que los animales viven en un presente perpetuo, no teniendo ayer ni mañana, lo cual es otro modo de decir que son inmortales, ya que no se imaginan la muerte. En cambio, quienes estamos condicionados por la razón, padecemos el doloroso privilegio de tener que pensar sobre los misterios que entraña nuestra existencia física e inclusive sobre lo que podría haber después de ella.

En todo caso, la capacidad de raciocinio nos diferencia de los animales. Gracias a él, pasamos de vivir en cuevas a disfrutar de los cómodos beneficios de la vida moderna, así sea al alto costo de ser los únicos que debamos pagar por habitar el planeta.

Nuestra naturaleza se conforma al mismo tiempo de viscerales instintos y perfeccionadas inteligencias. Así, a nivel biológico, la conservación de la especie humana se manifiesta a través de la transmisión de los genes de los progenitores a su descendencia mediante la herencia. Concepto que extrapolado al campo jurídico, se aplica a los bienes transferibles en el momento de la muerte de una persona. En ambos se da lo mejor de sí a favor de la supervivencia futura de los individuos.

Teniendo en cuenta la teleología de la herencia, tanto el sistema económico como el jurídico deberían estar por completo enfocados a generar el bienestar del ser humano, evitando ser lo contrario: herramientas de poder horizontal empleadas como sofisticadas formas de dominación. El cumplimiento del sentido moral profundo de las instituciones, economía y derecho en este caso, debería ser una exigencia mínima de su operatividad; apartarse de ese camino implica perder la conexión con sus causas generadoras fundamentales.

Dentro un orden lógico de valores en una sociedad que pretende el progresivo bien del ser humano, no es sensato que figuras como la denominada hipoteca inversa que por estos días se quiere aplicar en Colombia, se acepte como una medida razonable, mucho menos benéfica. De ser así, ello implicaría una nueva claudicación ante las imposiciones inequitativas de un sistema que cada vez más nos lleva a una aceptación constante del absurdo. No tiene sentido que ni siquiera mediante el trabajo arduo de toda una vida sea posible garantizarnos una vejez digna a nosotros mismos. Lo cual, claro está, hace imposible que los abuelos y abuelas, padres y madres, puedan cumplir su interés legítimo de cuidar a quienes los sucederán sobre la tierra.

Cercenar el fuerte instinto de protección parental es antihumano si se da en este plano físico, e inclusive mucho más agresivo cuando el ataque se dirige hacia nuestra inmanente voluntad de trascendencia a través de él. Aceptar con esclavizante resignación el individualismo del sistema no es sano. Como lo afirmó Krishnamurti “no es saludable estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma”.

Fotografía: https://eolapaz.com/esa-maldita-herencia/


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